Dos días después. Con la calma justa y necesaria, siempre es buen momento para recordar y reflexionar acerca de lo que el pasado jueves se vivió en el Municipal de Balaídos. Ese lugar en el que equipo y grada, una vez más, fueron uno.
El Celta tenía ante sí una gesta difícil. De esas que se recuerdan por siempre si salen. Pero en esta ocasión, como muchas otras veces, la fortuna no estuvo de nuestro lado. Ni en el partido de ida ni en el de vuelta el equipo jugó como para llevarse un 6-2 en el global de la eliminatoria. Pero el fútbol es así.
Podríamos buscar excusas en los arbitrajes (con razones), pero no serviría de nada. Por ello, es importante quedarnos con lo positivo, lo que al fin y al cabo sí nos sirve, ese fortalecimiento de la unión con el equipo por parte de la grada.
Porque ese vínculo ya era fuerte, pero en estas últimas semanas hemos visto como el equipo se contagiaba de ilusión, esa ilusión que tenía la afición, y cómo los jugadores también se apropiaron de ella. Primero para superar la eliminatoria ante un duro Atlético de Madrid, después para acompañarlos en un desafortunado partido en Sevilla, y este jueves...
Este jueves, Balaídos recibió a los suyos como héroes. Un recibimiento con bengaleo, para contagiar el espíritu de 2013, ese en el que con solo un 4,01% de posibilidades se creyó que la salvación era posible y se culminó ante el RCD Espanyol con la recordada invasión de campo en Balaídos. Cómo olvidarla.
Al final no pudo ser. No hay nada que reprochar al equipo, que en todo momento peleó por hacer posible la gesta. Y, sobre todo, nada que reprochar a la grada. Cuando en otros sitios a la mínima se crea un ambiente de tensión, hasta con la eliminatoria ya resuelta, en Vigo se ovacionó al equipo.
El título deberá seguir esperando, pero el orgullo de la afición en la derrota ya es motivo para estar satisfechos. Porque el celtismo sabe reconocer el esfuerzo. Como dijo Iago Aspas tras el partido: "Si tengo que morir... Que sea de pie y con mi gente hasta el final".
Habrá quien no lo entienda, pero ese es el mayor premio del Celta en esta Copa del Rey.
El Celta tenía ante sí una gesta difícil. De esas que se recuerdan por siempre si salen. Pero en esta ocasión, como muchas otras veces, la fortuna no estuvo de nuestro lado. Ni en el partido de ida ni en el de vuelta el equipo jugó como para llevarse un 6-2 en el global de la eliminatoria. Pero el fútbol es así.
Podríamos buscar excusas en los arbitrajes (con razones), pero no serviría de nada. Por ello, es importante quedarnos con lo positivo, lo que al fin y al cabo sí nos sirve, ese fortalecimiento de la unión con el equipo por parte de la grada.
Porque ese vínculo ya era fuerte, pero en estas últimas semanas hemos visto como el equipo se contagiaba de ilusión, esa ilusión que tenía la afición, y cómo los jugadores también se apropiaron de ella. Primero para superar la eliminatoria ante un duro Atlético de Madrid, después para acompañarlos en un desafortunado partido en Sevilla, y este jueves...
Este jueves, Balaídos recibió a los suyos como héroes. Un recibimiento con bengaleo, para contagiar el espíritu de 2013, ese en el que con solo un 4,01% de posibilidades se creyó que la salvación era posible y se culminó ante el RCD Espanyol con la recordada invasión de campo en Balaídos. Cómo olvidarla.
Al final no pudo ser. No hay nada que reprochar al equipo, que en todo momento peleó por hacer posible la gesta. Y, sobre todo, nada que reprochar a la grada. Cuando en otros sitios a la mínima se crea un ambiente de tensión, hasta con la eliminatoria ya resuelta, en Vigo se ovacionó al equipo.
El título deberá seguir esperando, pero el orgullo de la afición en la derrota ya es motivo para estar satisfechos. Porque el celtismo sabe reconocer el esfuerzo. Como dijo Iago Aspas tras el partido: "Si tengo que morir... Que sea de pie y con mi gente hasta el final".
Habrá quien no lo entienda, pero ese es el mayor premio del Celta en esta Copa del Rey.
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